El protagonista de las aventuras de Pollito Karateca es un niño que convive en una ciudad violenta en muchos niveles. La historia abre con una secuencia muy clara: los golpes que su padre le da a su madre terminan reproduciéndose de ella hacia su hijo. Es un ciclo que se repite en la casa, en el colegio y en la calle. Parece la historia cotidiana que oímos todos los días, los llantos en el apartamento de al lado, las riñas en año nuevo, las discusiones del día de la madre, el noticiero de la noche. Frente a esta realidad, aparece el Dojo de Karate en el que Manuel, nuestro pollito, empieza a tomar clases. Desde el primer momento, este espacio se configura como un lugar seguro, donde quienes asisten aprenden a través del movimiento sin importar su condición física previa, sus conocimientos o su especie. En una disciplina tan estructurada como el arte marcial, la empatía prevalece y el deportista de mayor nivel ayuda al nuevo a integrarse y a descubrir el deporte, formándose en conjunto.
Como en historias anteriores, Gusanillo rescata la importancia de los espacios comunitarios para los niños, niñas y jóvenes. En la primera parte de la serie Emok, el ogro clérigo gestiona un grupo de reunión en una iglesia del barrio venida a menos, el cual le posibilita a sus integrantes (mayormente niños y adolescentes) explorar un horizonte de su vida distinto, donde pueden ser amables con quienes los rodean y consigo mismos. Son lugares donde los adultos ante todo son una compañía, enseñan pero también escuchan.
Gracias al cómic podemos apreciar espacios más detallados, lo que nos ayudan a entender mejor el mundo en el que viven como los detalles en las esquinas, en los carteles y lo que ven los personajes en televisión.. Es así como los variados escenarios y situaciones en Pollito Karateca nos exponen aquí y allá diversos deportes como el baloncesto, el fútbol e incluso el malabarismo. Al mostrarnos un gran rango de posibilidades deportivas, este volumen nos da a entender que la actividad física y todos los rituales asociados al deporte son parte fundamental de la cotidianidad de esta ciudad dibujada. A pesar del peso del título, los personajes no están obligados a encajar en el arte marcial.
Ilustración de la página 124. Carlos ataca al Manuel llorando, dolido. El pollito se defiende ejecutando defensas propias del Karate.
Esta diversidad también se manifiesta en los distintos cuerpos que diseña y pone en acción Gusanillo. A diferencia de las lecturas sin imágenes, donde muchas veces se nos describe de manera rápida un personaje cuando hace su primera aparición, aquí podemos ver a lo largo de toda la historia los cuerpos corriendo, saltando, golpeando, escapando, sentados, leyendo, llorando. Ese es un abanico más real de expresiones y movimientos que suceden al practicar deportes y en otras situaciones, ya que el cuerpo pasa por muchos estados. Hay, además, cuerpos femeninos, cuerpos gordos, bajitos, sin uniforme, infantiles y por supuesto animales. Estos seres antropomórficos le permiten a la obra alejarse de la imagen tradicional del artista marcial, musculoso, varonil y torneado, y muestra una realidad descontracturada, propiciando también que imaginemos humanos distintos realizando estas acciones. Esta libertad que Manuel ha alcanzado hacia el final del compilado se refuerza en la actitud que tienen los demás hacia ellas: a lo largo de todo el volumen nunca se le felicita por sus habilidades, lo que ha aprendido le es útil y punto. Esta soltura física abre también el espacio para pensar soluciones distintas a sus problemas, para calmarse y (como bien lo enseñan las películas) usar la fuerza del contrincante a su favor.
Vuelvo al cierre de la primera parte. Una secuencia donde el papá de Manuel lo golpea hasta agotarse. Éste, aguanta lo mejor que puede, no sin soltar algunas lágrimas. Aguanta en silencio, dejando salir su dolor y su rabia gota a gota, de forma controlada. El llanto se me contagia un poquitito ante la imagen del pollito lastimado. El dibujo logra comunicar cómo se desgasta la inocencia ante ese entorno hostil. Me gustaría saber un poco más de dibujo e ilustración y un poco menos de letras para hablar con más propiedad de lo que esta historia aporta a la reflexión sobre el cuerpo y el deporte en una sociedad. Por ahora me queda releer, repensar y comentar. Meditarlo por la calle y ver más allá del Dojo, de la casa, del colegio. O mejor, ver en esos lugares pero en otra dirección.
Por Ángela Chiquillo. Librera en El cuarto plegable. Artista Marcial en decadencia.