Nos complace anunciar que Juan Ignacio Chávez, investigador, poeta y escritor peruano, se ha sumado a El Cuarto Plegable para compartir con nosotros una entrevista exclusiva. En esta conversación, Chávez nos sumerge en el universo de su obra Isla del gallo (Nueva York Poetry Press 2022; La Balanza Editorial 2024; Enredadera Editorial 2024), donde explora las complejidades de la subjetividad conquistadora y la complejidad de la historia. A lo largo de la entrevista, abordaremos temas como las carencias colectivas, la metamorfosis del paisaje, y la manera en que su poesía transforma la tragedia histórica en experiencia sensorial. No se pierdan esta oportunidad de conocer más sobre el proceso creativo y las reflexiones de un intrigante y maravilloso autor de la literatura contemporánea latinoamericana.
Fotografia por Joel Ivan Thomas
- ¿Cuáles fueron tus primeros contactos con la poesía?
Aunque no creo haber comenzado con la poesía por algún motivo especial, sí empecé a escribirla un poco más en serio a los 16 años, gracias a que el poeta peruano Paul Forsyth fue mi profesor sustituto de literatura en el colegio. Durante unos meses nos quedamos después de clases, junto a otros alumnos interesados, para hacer una especie de taller de poesía. Con el tiempo, pasamos a juntarnos en cafés. Eso debe haber durado un par de años. Ahí comenzamos a leer de manera más sistemática poesía peruana. Me parece que escribir "en serio" tiene que ver con tomarse en serio una tradición: leerla con respeto y participar de ella de cualquier forma que sea posible. Por eso no me considero tanto alguien que solo escribe poesía, sino alguien que tiene una relación bastante más general con la poesía, ya sea desde la academia (ahora que hago estudios doctorales en literatura), o desde un terreno crítico más general, recomendando libros a amigos, leyendo libros de amigos, escribiendo alguna reseña o haciendo una entrevista a alguien que admiro. Entiendo la poesía como un espacio de circulación y me gusta considerarme parte de ese espacio.
- ¿Cómo fue el proceso creativo de Isla del gallo? ¿Qué te llevó a escribirla?
Isla del gallo surgió un poco de sorpresa, cuando vivía en Estados Unidos, durante el segundo año de la Maestría en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Nueva York. En ese momento no estaba escribiendo poesía de manera sistemática –que siempre publiqué de manera suelta, en revistas y alguna antología–, sino ensayo y narrativa. Andaba leyendo mucha literatura marcial o literatura con personajes militares, sobre todo a Dino Buzzati, a quien comencé a leer gracias a mi amigo Diego Echevarry. Buzzati me tenía me tenía pensando en marchas, en disciplina corporal y en cansancio. Al mismo tiempo iba investigando lo que se convertiría en mi proyecto doctoral: la historia latinoamericana vista a través de los mapas. Ese cruce, me parece, me llevó a escribir el título Isla del gallo en un documento en blanco y escribir unos cuantos versos para un taller: un cuerpo disciplinado –aunque no sea Pizarro exactamente un militar moderno– que decide ir al sur y no regresar a su tierra, iniciado así la producción de nuestros mapas actuales.
- En Isla del gallo, el episodio de la conquista en que los Trece de la Fama siguen a Pizarro se convierte en un punto de partida para reflexionar sobre nuestra historia colonial y republicana. Como dice Cristhian Briceño, el libro anticipa un conflicto, deduciendo un fracaso y anhelando una reconciliación intrínseca. Me parece que, a medida que el libro avanza, la voz comienza a explorar estos temas desde el cuerpo. ¿Cuáles consideras que son las técnicas con que Isla del gallo reflexiona sobre la historia para comprender la identidad colectiva?
Bueno, hay un primer sentido en el cual la elección del tema ya revela una intención. Creo que el gesto de ir a un momento fundacional para revivir, de manera casi mítica, un origen, es ya un modo muy específico de aproximarse a problemas estructurales como los que mencionas.
Yendo a elementos más formales del libro, podría también mencionar la particularidad de que está escrito en su mayoría como si fuera Pizarro o alguien en el cuerpo de Pizarro quien habla. Esta aproximación muy específica al trauma histórico tiene en parte que ver con el hecho de que, cuando escribí casi todo el libro, en los primeros meses de 2020, acababa de suceder el asesinato de George Floyd. En ese momento me encontraba en un sótano de Washington D.C., escapando de la primera ola de Covid-19, y a veces parecía que la vida se reducía a ver las redes y, en esos días, ese video cuyo poder consistía en mostrar –grabado y reproducible– una historia nacional hasta entonces invisibilizada. Ese espacio de violencia –arquetípica, además– entre un perpetrador y una víctima estuvo de alguna manera en el proceso de la escritura.
- En Isla del gallo, el paisaje comienza como un anhelo del yo lírico, pero a medida que avanza la obra, parece adquirir una voz propia dentro de los versos. Este paisaje aborda las carencias colectivas y parece rechazar los deseos del yo lírico (algo que se evidencia dado el uso de la elipsis); sin embargo, al mismo tiempo, este territorio comienza también a emplearse como un elemento para suavizar e inclusive estetizar las torturas cometidas. ¿Cómo se configura esta transición-dualidad del paisaje?
Como dices, el paisaje tiene un desarrollo o transición durante el libro, que estructuralmente se compone de una primera mitad más narrativa, épica y abocada a la exploración del territorio, y una segunda mitad donde poco a poco emergen los males antes solo presentidos por el conquistador. Si al inicio puede decir “inventé un pueblo en las colinas/allá arriba/opaca guirnalda de cabezas en el horizonte”, creando y estetizando geografías a partir del sufrimiento ajeno en servicio de su empresa, hacia el final del libro no parece que esa alianza le sea tan productiva, por más que lo intente.
-Esta estetización del paisaje fue algo que percibí como un diálogo que se construye entre el paisaje y el narrador. Uno de los fragmentos que me resultó más llamativo y que contribuye en esta construcción fue el siguiente poema:
“Desperdicié mis balas
en cadáveres desechos
Me quedé en silencio
en cadáveres desechos
Me quedé en silencio
Mi asombro no brillaba como sus vellos tiesos
Como lágrimas bebidas
Por huarangos”
Por huarangos”
Ese sería un ejemplo de esos intentos fallidos de establecer alianzas con el paisaje. En el fondo, son fallidos porque buscan dominar. La alianza, si se diera, sería bastante oscura. Hay un verso que sí le canta al cielo con un poco más de sinceridad: “Quiero verte franco/un puro cantar/bajo mi nombre”.
- El texto progresivamente adquiere una narrativa centrada en el espectro sensorial del yo lírico, cuyos órganos se deslizan en el último rezo. Un ejemplo de esto podría ser el noveno poema de la cuarta parte en donde los elementos “Ojos, Piel, Nariz, Oído, Lengua” se elevan y rodean los versos:
“Si tus hijos
derriban mi figura
viviré viviré.”
¿Sería posible profundizar en torno a este proceso del poema mutando a una experiencia más introspectiva y corporal?
Creo que el tema de la sensibilidad me interesaba de antemano porque no suele haber mucho de ella en las crónicas ni en los diarios de viajes anteriores al paisajismo romántico. Del siglo XVI casi no tenemos descripciones subjetivas y detalladas sobre las minucias contingentes que rodean la épica del viaje. Temas como la creencia en el mundo, la fe, el miedo a la muerte, etc., no eran descritos con la precisión psicológica a la que los lectores del siglo XXI estamos acostumbrados (por eso me gustan los escritores que dan ese salto, como Paulo de Jolly o Antonio Di Benedetto, o en el ensayo Ezequiel Martínez Estrada). Entre las experiencias que más me interesaban estaba la de rezar. Rezar en el siglo XVI, quiero decir. Y también me interesaba la idea de fallar. Ante Dios. En esa época.
- A medida que avanzamos en Isla del gallo, el yo lírico parece atravesar una metamorfosis dramática, absorbiendo vergüenza, sangre y cadáveres, hasta alcanzar una forma de putrefacción en un entorno desolador y violento, consumido por un paisaje que él mismo mutiló. Al final de la obra, se produce un giro irónico con la afirmación “y los días serán bellos”. Considerando el contexto de agonía y desolación, ¿cómo ves esta declaración final en relación con la figura del conquistador agonizante?
Hace años, haciendo una entrevista al narrador costarricense Carlos Fonseca, le pregunté por los personajes principales de sus dos primeras novelas (Coronel Lágrimas y Museo Animal), matemáticos y museólogos que intentaban categorizar la naturaleza, sin éxito. Si no recuerdo mal, me dijo que le gustaba crear personajes que intentan asir un mundo que se les escapa. Creo que entiendo en una clave parecida lo que sucede en Isla del Gallo, donde el punto de vista es de quien persigue una derrota. Me gustaría pensar que esos poemas finales que mencionas constituyen una victoria pírrica o una esperanza desmedida. Que la belleza de los días futuros solo puede ser enunciada al precio de la propia descomposición. En ese sentido, no sé si en la afirmación sobre los días bellos hay ironía o autoengaño. Hay una tercera y peor opción: que sea certeza. Y la pregunta sería entonces: ¿bellos para quién?
“Había algo:
un deseo,
un posible rito desorbitado,
pero lo evité:
tenía los cinco sentidos
atados al fuste
de mi lanza
mi corazón era
un capullo de ciudad
aún caliente.”
- En Isla del gallo se observa una transición significativa en la estructura poética hacia el final del libro, donde el verso da paso a una composición más contenida, evocando el ritmo de haikus. ¿Qué papel juega este cambio en la forma de destacar la oposición entre la belleza y la tragedia, y cómo teje la conclusión de la obra?
La forma es todo un tema en el libro. Primero, porque, a pesar de que uso mucho el espacio, no considero que sea un libro particularmente atento a la materialidad de los significantes en el sentido de una poesía del lenguaje. Creo haber recorrido las páginas con un criterio más corporal y vocal. A excepción de la tercera parte del libro, donde hay una elaboración visual clara, me moví más por la página como si fuera un espacio para atravesar, es decir, para cuyo recorrido hay que disponer de energía, acudir a descansos, etc.
Esa composición más contenida que mencionas aparece hacia el final del libro, cuando la voz comienza a cansarse y a dosificar esfuerzos (hasta me parece que el envilecimiento del final del libro podría provenir del cansancio). Cuando el libro exigió mayor franqueza en cada verso, y ya no hubo energía ni un paisaje dócil con el cual aliarse para crear o mentir, opté por la brevedad.
- ¿Cómo se construye el ambiente poético en Isla del Gallo? ¿Qué papel juegan las imágenes y los símbolos en la creación del ambiente y en la transmisión de las emociones del yo lírico? Por ejemplo, me gustaría conocer elementos como la fauna y su relación con los versos.
No sé hasta qué punto haya elementos que considere muy simbólicos, pero sí le adjudico a algunos funciones muy específicas. Por ejemplo, el caballo que “zurce el mapa” me permitía avanzar en –y producir– el espacio. Esa idea la saqué de un cuento de Dino Buzzati llamado Los Siete Mensajeros donde un príncipe cabalga con sus siete mensajeros para saber hasta dónde llega su reino. Cada cierto tiempo manda un mensajero a casa para que traiga noticias. Cada vez, ese mensajero tarda más en regresar. No creo que sea un gran spoiler decir que nunca llegan al confín. Buzzati puede ser un autor muy aritmético. Hay algo de esa función aritmética que el caballo cumple en Isla del Gallo.
- Uno de los elementos que más llamó mi atención y al cual me habría gustado escrutar más es el ave, aquel con quien inauguramos la cuarta parte del libro y parece acechar al yo lírico.
El ave, que potencialmente tendría una carga simbólica muy instaurada en la cultura, también cumple un rol bastante arbitrario, y de alguna manera contrario al del caballo, en el sentido de que aparece cuando se explicita la violencia que acarrea la producción del espacio y del mapa. Aparece cuando es mejor no registrar o ni escribir lo que realmente sucede, o cuando es mejor guardar silencio. Ahora que lo pienso, el ave aparece en los momentos más paranoicos del silencio, en sus momentos más dolorosos, que son al mismo tiempo los más necesarios y productivos.
“Descifraste el ave
que me sobrevuela.”
- ¿Consideras que el tratamiento poético del pasado histórico en Isla del Gallo establece un diálogo con la realidad actual? ¿Tu obra busca reflexionar sobre las continuidades y rupturas entre el pasado y el presente?
Cuando pienso en los acontecimientos políticos de estos últimos tiempos, lo primero que se me viene a la mente son las matanzas en Perú a fines del año pasado y la sensación de haber estado presenciando una historia que se repite, como si las imágenes y las metáforas que circulaban fueran muy antiguas. Recuerdo, por ejemplo, que las marchas desde distintos Departamentos del Perú hacia Lima fueron designadas como “asedios” y “tomas”, recordándonos relaciones arquetípicas de la historia peruana, así como atavismos geográficos que arrastramos desde el siglo XIX, cuando la Sierra era representada en la cartografía como un obstáculo.
No me quiero extender mucho en eso porque terminaré hablando de mi tesis, pero sí puedo decir que, cuando oigo discursos antiguos y reincidentes tras un acontecimiento violento, no lo tomo como un hecho gratuito, sino como condición de posibilidad de la violencia misma. En ese sentido, espero que escribir un libro sobre acontecimientos que se encuentran en el punto de partida de nuestros mapas actuales ayude a exponer justamente las costuras de los mapas actuales, que están o deberían estar en constante movimiento.