Lo más inescrutable*

Atarraya editores El velo que cubre la piedra Ignacio Piedrahita reseñas

Desentrañamos lo inescrutable con la metáfora, con la asignación de sentido, a través de transmutar lo que aparece en lenguaje. Aún así, no todos los fenómenos que componen el mundo se nos aparecen bajo el mismo hermetismo, no todo parece tener la misma complejidad. Lo paradójico es que muchas veces aquello que nos parece lo más elemental resulta ser también lo más inescrutable. De eso creo que trata El velo que cubre la piedra, de Ignacio Piedrahíta.

No es porque sea geólogo que Piedrahita escogió la piedra para hilar los veintiocho capítulos cortos que componen su libro. Mucho menos se trata del primer escritor en hacer de la geografía un tema; en el arte y la literatura de la modernidad, en especial durante el Romanticismo, abundan las obras con largas contemplaciones de la geografía. Es decir, Piedrahita hace parte de una larga tradición de escritores y artistas que, casi siempre mediante la contemplación, encontraron en la piedra la manifestación más clara de la elementalidad inescrutable del mundo. Exceptuando a escritores como Humboldt o Goethe, la diferencia es que en la literatura moderna la geografía suele aparecer como la otredad más radical del ser humano, mientras que, por sus conocimientos en geología, Piedrahíta puede leer los signos de un mundo mineral que para la mayoría es invisible, lo que a su vez le permite atestiguar lo cerca que pueden llegar a estar la inescrutabilidad de la piedra y la pregunta por lo humano.

“La piedra carece de mundo. Las plantas y animales tampoco tienen mundo, pero forman parte del velado aflujo de un entorno en el que tienen su lugar”, dice Heidegger en El origen de la obra de arte. Por el contrario, dice Piedrahíta, “La exploración de la roca invita a partirla para apreciar su arquitectura interior” (…) “La roca es afuera y adentro y en todas dimensiones, en cualquiera de sus infinitas caras se halla un ambiente, una atmósfera del pasado remoto”.  

No es que para Piedrahíta la piedra no sea lo más cerrado, lo más inescrutable, por eso afirma que no hay disección en la exploración de la piedra abierta a martillazos, pues no son sus órganos internos lo que aparece cuando la abrimos sino “una nueva superficie que es la misma superficie de la piedra”. Es solo que, para él, la piedra es también y al mismo tiempo lo más abierto y lleno de mundo y de sentido. Por eso no es al Romanticismo a donde nos remite, sino a los alquimistas y su fe en la transmutación.

El velo que cubre la piedra no es un tratado científico de geología, pues en ese caso sería lo opuesto a la alquimia. Es más bien que, consiente de que la noción de transmutación de los alquimistas no se refería solo a la transformación de un mineral en otro sino al carácter transmutable del mundo, Piedrahíta señala constantemente la relación entre los procesos geológicos y la naturaleza mudable de nuestras vidas. Muchas veces los capítulos parten de un saber científico sobre la piedra, pero solo para enfatizar aquello que escapa a ese mismo saber; enfatizan lo maravilloso y enigmático del mundo. Por ejemplo, sus páginas nos recuerdan que una piedra es magma fundido que, luego de miles de años, se cristaliza; el texto se detiene en lo maravilloso de este proceso, es decir, que la piedra fue líquida. Otras veces un capítulo inicia con las causas geológicas que determinaron las formas de las montañas de Medellín, y termina hablándonos de artistas, escritores, vecinos del barrio o anécdotas íntimas en las que Piedrahíta recuerda que alguna vez fue joven.

Piedrahíta hace de la transmutación el velo que hila los capítulos de su libro y anuda todos los aspectos de la vida. Y es esta noción que atraviesa el texto lo que le permite, en uno de los capítulos, relacionar la violencia que subyace a los procesos geológicos, ocultos siempre bajo la aparente inmutabilidad de la montaña, con lo que él llama la “brutal anatomía subterránea” en las pinturas de Rothko. En otro capítulo nos recuerda que, en 1815, en Indonesia, sucedió la mayor explosión volcánica registrada por la humanidad, la explosión del Tambora, en la que el volcán perdió mil de sus cuatro mil metros de altura y cuyo estallido se escuchó a 1 500 kilómetros de distancia. La hipótesis poética de Piedrahíta, como quizá sean todas las hipótesis, es que los cambios climáticos que generó la explosión en casi toda la Tierra influyeron en el ánimo y la percepción de artistas y escritores, lo que desembocó en la creación de obras como Frankestein, el poema Darkness de Byron y hasta determinó un giro radical en la obra del pintor William Turner.

Desde los intentos por imponer el uso del automóvil en las trochas escarpadas de la Medellín de finales del XIX, hasta la competencia entre los marineros Roald Amundsen y Robert Scott por alcanzar “ese laberinto sin paredes que son los vastos campos de nieve de la Antártida”, la batalla que se ha impuesto el ser humano por doblegar la geografía en nombre del progreso también aparece en El velo que cubre la piedra.

Es entrelazando los procesos geológicos y la noción de transmutación como Piedrahíta puede hablar de Milton Resnick, un pintor abstracto, amigo de De Kooning, Kline y Reinhardt, pero que no tuvo el mismo reconocimiento de sus compañeros. Teniendo en cuenta que la perseverancia y el fracaso también hilan este libro, es probable que Piedrahíta esté hablando de sí mismo cuando dice que para Resnick el proceso creativo era un proceso de crecimiento que oscilaba entre el éxito pasajero, el hundimiento y el acto de reunir fuerzas para no acomodarse en un estilo que, si bien le habría traído ese éxito pasajero, también significaba el estancamiento como artista. Piedrahíta también recuerda que Resnick se suicidó a los 87 años, “cuando los dolores de la antigua bala alojada en su espalda ya no lo dejaban en paz”.   

La muerte y el fin del mundo no solo hacen parte de la transmutación, sino que quizá sean sinónimos y, por lo tanto, ambos también están presentes en El velo que cubre la piedra. En un capítulo el fin del mundo aparece en la forma de un aguacero que se precipita sobre el autor durante una de sus múltiples caminatas, en otro lo hace en el poema Fuego y Hielo, donde el poeta Robert Frost se pregunta si la Tierra desaparecerá incinerada o petrificada por el hielo.

Tal vez, junto con la piedra, lo más inescrutable y elemental, y por ello lo más difícil de aceptar sea la muerte, ese fenómeno al que le hemos otorgado el sentido de transmutación más radical, es decir, el del paso de un mundo fundamentalmente material a uno puramente espiritual. De vez en cuando El velo que cubre la piedra nos enseña que, según la dirección, la dimensión y las junturas de los cristales de una piedra se puede saber el origen químico y el pasado de su materia; también nos recuerda que, cuando hablamos de geología, de historia o cuando rememoramos nuestra vida, el pasado se ensancha como las eras. Por eso este libro es sobre posar los sentidos en lo cotidiano y desde allí contemplar la metamorfosis del mundo a lo largo de temporalidades geológicas. La rotación de la Tierra. El herrumbrado paso del tiempo.

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*Juan Nicolás Donoso, escritor, fotógrafo, magíster en filosofía. Autor de las novelas Coprófago Paradise (Caín Press) y Siberia (Animal Extinto)


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