"¿y yo por qué aquí estoy?" en la intersección entre el ser y el vacío, entre la creación y la contemplación. Huidobro, con su mirada incisiva, busca en Adán no sólo el primer hombre, sino el primer espectador del mundo que empieza a existir. Adán no es un simple observador; es el reflejo de nuestra propia búsqueda por entender nuestro lugar en el vasto teatro de la realidad.
En su contemplación, Adán se convierte en el poema encarnado de la primera parte de Realidades ópticas, un ser cuya presencia revela la profunda conexión entre el hombre y la tierra. Cada mirada suya es un acto de descubrimiento, cada respiración, un susurro de la esencia primordial del mundo. Adán no solo presencia el nacimiento del cosmos; él lo absorbe, lo transforma y lo convierte en una extensión de su propia esencia poética. En su ser se entrelazan la tierra y el lenguaje, el mundo y la palabra, creando un tejido vibrante de existencia y significación.
Adán, el primero en abrazar el misterio del mundo con una intensidad casi divina, se convierte en el propio tejido de esa creación, un tejido en el que cada hebra de luz y sombra se entrelaza con la poesía de su mirada. El mundo se despliega ante él como un inmenso poema sin fin.
“El mundo parece que espera siempre su poeta”
Así, en su búsqueda y en su contemplación, no solo descubre su lugar en la tierra; se convierte en el primer poeta de la existencia, el primero en entender que el acto de ver y nombrar es también un acto de creación. La tierra se transforma en un lienzo poético bajo sus ojos, y cada palabra que emana de su ser es un reflejo de la grandeza y el misterio del mundo que empieza a desvelarse ante él. Sin embargo, en su profunda desolación ante el universo naciente, Adán experimenta el peso de la existencia y la inmensidad del cosmos, un universo que gira eternamente en un movimiento contradictorio hacia un punto fijo de significado inalcanzable. Este giro interminable del tiempo y del espacio, donde los átomos danzan en un vaivén constante, se revela ante él como una sinfonía de misterio y anhelo. La inmensidad del mundo y la infinitud del tiempo se manifiestan en la mirada melancólica de Adán, quien busca una respuesta a la vastedad que lo rodea.
Huidobro nos muestra que el verdadero sentido no se encuentra en el caos aparente, sino en la capacidad de ver más allá de los parpadeos fugaces de la realidad. Adán, en su búsqueda de comprensión, es invitado a abrazar el eterno giro de los átomos, a descifrar el lenguaje de la tierra y a encontrar en ese movimiento perpetuo una poesía que da forma a su propia existencia. Cada cosa que surge del suelo y cada cosa que vuelve a él se convierte en una metáfora de la vida misma, un recordatorio de que, en el flujo interminable del tiempo, la búsqueda de sentido es en sí misma una forma de creación. Así, su mirada se convierte en un espejo del continuo fluir de la realidad, un reflejo de la danza eterna entre el ser y el vacío.
Mientras Adán se enfrenta al vasto enigma solitario del mundo emergente, Lucrecio, en su canto científico, ofrece una perspectiva igualmente profunda pero distinta. En los versos de “la naturaleza de las cosas”, Lucrecio transforma la observación en un acto de sensibilización poética, una inmersión en el corazón de la física epicúrea donde la ciencia y la poesía se entrelazan con una sutileza vibrante. Para él, observar no es meramente una acción física, sino una experiencia que despierta y afina el alma, permitiéndole percibir la esencia profunda y sutil de la naturaleza.
Se concibe la naturaleza como una rosa cuyas capas de pétalos representan el alma de un cosmos en perpetuo flujo. Cada pétalo, una manifestación de la materia, revela una parte del misterio universal, una belleza que se despliega sin cesar en su danza interminable. La naturaleza, en la visión de Lucrecio, no es estática ni fija; es un organismo en constante transformación, cuyas corrientes y movimientos son la esencia misma de la existencia.
El alma, para Lucrecio, es una sustancia delicada, un fragmento de la realidad que se convierte en el medio a través del cual el mundo se revela. La vista se convierte en una chispa que penetra incluso en los rincones más oscuros del universo, iluminando y desvelando los secretos ocultos en la materia. Cada observación es una invitación al espíritu, una llamada a avanzar lentamente a través del entramado de la realidad, donde el movimiento constante toca al alma y lo invita a una comprensión más profunda.
“Y trato de romper los fuertes nudos de la superstición agobiadora; después, porque tratando las materias de suyo obscuras con piedra gracia, hago versos tan claros.”
En su poesía científica, Lucrecio revela cómo la naturaleza fluye y se desprende sin cesar, una corriente interminable que alimenta y da forma a la realidad. Sus versos no solo describen los principios físicos del universo, sino que también dan forma a una visión poética del mundo, donde cada fenómeno es una expresión de un ritmo cósmico mayor. Las bases científicas de sus observaciones danzan en armonía con la poesía, creando una sinfonía en la que la ciencia se convierte en una extensión del arte y el arte en una reflexión de la ciencia.
Mientras Huidobro utiliza la palabra para esculpir el mundo, imbuyéndolo con una intensidad dramática, Lucrecio despliega una narración meticulosa que revela la evolución del cosmos en un proceso casi meditativo. El poeta chileno erige al hombre en medio de un escenario en formación, donde cada palabra actúa como un faro que define y distingue su existencia. En contraste, Lucrecio explora la creación como una revelación gradual, donde el sentido surge a través de un diálogo constante con la naturaleza misma.
Ambos poetas, a su manera, son escultores de lo intangible. Huidobro construye mitos con la fuerza de su voz, mientras que Lucrecio desentraña los secretos del mundo con la paciencia de un filósofo. Juntos, en esta obra de dos caras, nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia relación con el cosmos y la creación. Nos muestran que, ya sea a través de la revelación de lo inmediato o de la exploración meticulosa, el acto de entender el origen del mundo es una experiencia de sensibilidad poética.
En la convergencia de estos dos mundos encontramos una danza sublime entre la ciencia y el mito, entre la palabra y la realidad. Realidades ópticas se convierte así en un puente entre dos eras, una celebración de la creación en toda su complejidad y belleza, y un recordatorio de que el mundo, en sus múltiples facetas, siempre está esperando a su poeta.